Zona Cero
Los normalistas de Ayotzinapa:
¿carne de cañón?
Roberto Santos
Lo que sucedió el jueves en Chilpancingo, que derivó en el fallecimiento de un alumno de Ayotzinapa, obliga a reflexionar acerca del quehacer de los estudiantes y de la actuación de la policía del estado.
Sin duda, los normalistas siguen siendo utilizados por fuerzas que no dan la cara, pero mantienen el control de la institución.
En eso tiene mucho que ver la asamblea de alumnos.
Sus acciones pseudorevolucionarias han terminado por desvirtuar el noble quehacer de la histórica normal.
¿Dónde se ha visto que alguna escuela permita que sus estudiantes se pasan más tiempo fuera de la institución que tomando clases?
¿A qué intereses sirve la escuela?
Eso que sucede en Ayotzinapa, debería obligar a repensar la naturaleza de la misma.
Porque a todas luces no cumple o lo hace a medias, en su carácter de formadora de educandos de buen nivel y comprometidos con la educación de los niños. En eso está reprobada.
Hay que recordar que los 43 estudiantes desaparecidos eran de nuevo ingreso y fue evidente que los alumnos del politburó los usaron como carne de cañón.
A ellos nadie las exigió cuentas.
Al contrario, a uno lo premiaron con una diputación federal.
Está claro que entre los alumnos y los padres de los 43, existe un rompimiento con el gobierno federal al no entregar a más militares señalados por los estudiantes como partícipes en la desaparición de los normalistas.
Eso ha radicalizado sus acciones, al grado que hasta parece intencional provocar una víctima más entre los jóvenes.
¿Será acaso que en un acto por demás inmoral, buscaban con sus acciones generar un mártir más para darle mayor fuerza a su movimiento?
¿O que a quienes controlan la normal, no les importa la vida de los estudiantes?
¿Acaso por ser humildes merecen ser tratados como carne de cañón para satisfacer propósitos aviesos?
Si bien es cierto que los policías que dispararon en contra de quienes iban en la camioneta, la que según las autoridades tiene reporte de robo, ya se encuentran detenidos, no deja de ser lastimoso.
Lo es porque son agentes que siempre están expuestos a cometer un error en su labor de vigilancia.
Y en este hecho, pierden los estudiantes y pierden los policías.
Ambos provenientes del pueblo, ese pueblo que por un lado trabaja para dar seguridad a los demás, y los estudiantes, que con ilusión llegan a la normal para formarse como profesionistas de la educación, pero quienes ahí mandan les desvirtúan el camino, que ayer a uno le llevó a la muerte.
Lo cierto es que la Fiscalía General del Estado o la de la República debe investigar y aclarar fehacientemente los hechos.
En los próximos días veremos en las calles de Chilpancingo toda la capacidad destructiva de los normalistas.
Algunos los van a justificar y otros a condenar.
Una vez más entraremos a una fiesta de violencia irracional que parece no tener fin por su recurrencia.
Solo queda esperar que su violencia no genere más decesos entre los estudiantes: la carne de cañón de quienes ahí mandan.
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