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Derrotero del presidencialismo mexicano. (1)

EN OPINIÓN

Derrotero del presidencialismo mexicano. (1)

Héctor Manuel Popoca Boone.

 

El triunfo armado, absoluto y dominante, de la parte más moderada de los ejércitos populares que participaron en la revolución mexicana de 1910, (Carranza, Obregón, Calles et al) en contra de sus antagónicos: el zapatismo y el villismo, establecen, de nueva cuenta en nuestro país, la tercera modalidad de presidencialismo mexicano fuerte y estabilizado, que inicio Benito Juárez y continuó con su propia impronta Porfirio Díaz. Ambos, caudillos populares configurados después como presidentes institucionales; es decir establecidos en la plataforma nacional por excelencia del poder nacional, la presidencia por la República, para ejercerlo en su integridad constitucional en el ámbito nacional; con la pretensión de seguir usufructuándolo gracias a la reelección.

Algunas de las pretensiones de estancia permanente en las riendas del destino de nuestro país, fueron cegadas por medio de entierros y otras con destierros que continuaron después de la revolución armada de 1910. Al país y a la política le urgían dirimir las ansias de detentar el poder, adoptando una forma más civilizada y menos represiva y desestabilizadora dentro del canon de la democracia.

Es por eso que Plutarco R. Calles, siendo presidente fue el ejemplo claro del inicio de la la tercera modalidad del presidencialismo mexicano: promovió el aglutinamiento de todas las fuerzas políticas emergentes que operaban en todo el territorio nacional y que giraban alrededor de los caudillos civiles y militares que eran hombres fuertes regionales.

Los acuerpó en torno y dentro de un solo partido político (el PRI de ese entonces) para que en el seno del mismo se dirimieran, imperara el orden, fijaran prioridades y distribuyeran los puestos legislativos y del gabinete, a manera de compensaciones a todas las aspiraciones y pretensiones que, hasta ese momento, se presentaban desbordadas con conatos de levantamientos y sin mayor control y capacidad suficiente para dar respuesta a las demandas populares que se manifestaban tanto a nivel regional como nacionalmente.

También fueron incorporadas las bases sociales de sustentación: campesinos, obreros, empresarios, magisterio, profesionistas, burócratas y las fuerzas armadas. El cenit del presidencialismo mexicano fue tener la potestad decisoria meta constitucional de designar a su sucesor en la presidencia de la república a través del PRI en su calidad de máximo líder moral.

Con el tiempo -y desde el poder ejecutivo federal- se fue consolidando el partido hegemónico priista que detentaría el poder 71 años; a la vez que el presidente, como titular del poder ejecutivo federal, adquiere preminencia centralizadora y egocéntrica; colocándose, de facto, por encima de los otros dos poderes de la nación: el legislativo y el judicial;

delimitando a su vez a las fuerzas armadas en sus cuarteles de circunscripción, con salidas esporádicas hacia la sociedad civil para auxiliarla en ocasión de desastres naturales, de un servicio militar de jóvenes, hoy casi extinguido y para la inevitable represión a las fuerzas de disidentes del sistema político vigente. También las religiones y sus ministros fueron reducidos a los límites de sus iglesias sin libertad de manifestación y pregón público.

En el plano económico, el presidencialismo de corte priista, toma la conducción de nuestra economía capitalista operando para el servicio de la nación las principales fuentes energéticas, como el petróleo y la electricidad, regulando la tenencia social y privada de la tierra, definiendo la naturaleza de los bienes de naturaleza social de los correspondientes a los de propiedad privada; administrando el comercio exterior y el valor del peso frente al dólar así como la reserva de divisas a poseer; los financiamientos crediticios de fomento al campo y para los negocios citadinos, asi como los inmensos subsidios de diversa índole destinados al sector privado-empresarial para fortalecer su crecimiento y expansión.

Época de bonanza del tercer modelo de presidencialismo económico mexicano estable fue el período de la segunda guerra mundial donde las exportaciones de materias primas y mano de obra a Estados Unidos adquirieron primacía en nuestro comercio exterior, así como las inversiones extranjeras que empezaron a fluir a territorio nacional. Esa fue la cuna que origina a nuestra actual oligarquía mexicana.

El desgate de poder presidencial como máximo rector de la vida nacional, cimentado en errores políticos de conducción y acción como lo fueron el anquilosamiento de la clase política priista dominante, las diversas represiones sangrientas a movimientos sociales disidentes, una economía capitalista poco competitiva a nivel mundial debido al excesivo proteccionismo gubernamental; así como encarecedores procesos de inflación y endeudamiento externo,

sumados a la corrupción institucional asociada con la privada, el florecimiento de la industria a costa de la agricultura y las nuevas modalidades de dependencia financiera impuestas por los grandes centros de poder económico internacional, dan cuenta del surgimiento del liberalismo social como cuarta modalidad de presidencialismo mexicano que se contrapone al capitalismo con rectoría del estado, para iniciar el reciclamiento hacia economías totalmente abiertas, libres de aranceles, sin intervención estatal y dejando el crecimiento económico al libre desarrollo de las fuerzas del mercado global.

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