The Muffin
¿Y si los medios provocaron el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca?
Mauricio Cabrera
Storybakers: A toda acción corresponde una reacción.
Esa reacción puede ser tan violenta como esa acción que se ha impulsado por años.
Esa reacción puede ser tan violenta como el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
La lectura fácil de lo que ha ocurrido es que la sociedad estadounidense ha tomado una decisión irresponsable.
Una decisión que va contra el sentido común.
Una decisión impulsiva antes que una decisión estratégica.
¿Pero hasta qué punto es una respuesta natural al sometimiento mediático y social provocado por los estándares de lo políticamente correcto en los últimos años?
Los medios, ya fuera por convicción por mero oportunismo, se montaron a movimientos morales que separaban entre lo correcto y lo incorrecto.
Lo correcto, según esos estándares, era impulsar que la Sirenita fuera negra en vez de blanca.
Lo correcto era impulsar el lenguaje inclusivo a costa de lo que fuera.
Lo correcto era exigir que las deportistas mujeres fueran remuneradas del mismo modo que los deportistas hombres aunque los niveles de negocio fueran distintos.
Lo correcto era jugar con la sexualidad de los superhéroes de siempre para encajar en los tiempos actuales.
Lo correcto era que la matemática de la equidad se impusiera al talento.
Que una cuota determinara lo justo o lo injusto.
Los medios, ya fuera por cuidar su imagen o por verdadero convencimiento, abrazaron esos dichos como verdades universales y censuraron a quienes pudieran llegar a pensar diferente.
En una sociedad dividida tanto por los algoritmos como por la propia naturaleza humana, se pretendió construir una sola verdad.
Una verdad que a nivel político encajaba con lo que defienden los demócratas en Estados Unidos.
Una verdad que aunque no fuera necesariamente del agrado de la mayoría, separaba a los que pensaban igual de los que se atrevían a expresarse en sentido contrario.
En ese camino de cristal en que un extremo se beneficiaba y el otro fungía como el apestado, surgieron voces que entendieron que la reprobación social era un camino para hacer negocio, para formar comunidades y para romper con esos estereotipos con los que no estuvieron ni están de acuerdo millones de personas.
A los medios, como a las marcas, les resulta más fácil encajar en lo que en teoría es correcto antes que abrazar causas cuestionables.
En ese afán por encajar y evitarse problemas, los medios cayeron en el dogmatismo de lo correcto.
Se permitieron cancelar al personaje de ocasión.
Tomaron partido sin matices a favor de quien resultara conveniente defender en el marco de la sociedad de cristal.
Impulsaron el despido de quien cuestionara esos estándares y empoderaron, incluso a costa de la opinión de la audiencia, a quien decía merecer un lugar sólo por ser mujer, por ser minoría, por ser latina o por pertenecer a cualquiera de las causas sociales que estuvieran en tendencia.
En la era de las conversaciones cercanas, los medios jugaron a ser jueces morales.
No permitieron el libre intercambio de ideas.
No se abrieron a debates en los que la audiencia pudiera contrastar opiniones.
Se volcaron al supuesto deber ser antes que a la evidencia de que una parte significativa de la sociedad acumulaba rencor mientras más se le obligaba a quedarse en silencio.
En esa realidad de la ley mordaza para los que no estaban total o parcialmente de acuerdo con las causas que se defendían, surgieron voces contrarias.
Espacios donde de a poco se entendió que se podía pensar diferente.
Que era respetable tener una visión distinta del mundo y de cómo debía funcionar.
Que se vale, por ejemplo, advertir que el deporte femenil es una realidad que se debe abrazar pero sin forzar su narrativa a los ingresos iguales entre hombres y mujeres.
Que se vale, en plena era de la globalización, tener una aproximación más nacionalista.
Que se vale separar entre lo propio y lo ajeno.
Entre lo que es de aquí y lo que es de allá.
Es comprensible, por ejemplo, que en Estados Unidos estén de acuerdo con la posibilidad de aumentar los aranceles cuando tu principal socio comercial está trabajando de la mano con tu principal adversario comercial, político y económico.
Es comprensible que cuando surge una crisis económica, los de dentro se pregunten si estarían mejor si se eliminara a los de fuera.
Joe Rogan es por mucho ese referente de una voz que pudiendo haber sido parte de los medios terminó haciéndose camino por cuenta propia.
A esa otra perspectiva se le segregó.
Se le condenó a ser parte de la Creator Economy.
A esos espacios independientes alejados de los medios tradicionales tan hechos a la medida del deber ser.
Mientras que al New York Times, al Washington Post y a CNN se les suele considerar desde fuera como bastiones de la verdad e incluso como referentes de objetividad, a Fox News no se le trata más que como propagandistas republicanos.
Lo mismo ocurre en México y en otras partes del mundo.
Existe la verdad generalizada y la verdad segregada.
Con lo que no contaban los medios es que el bumerán se les reviraría.
Que lo incorrecto llegaría a ser más fuerte que lo correcto.
Que lo transgresor podría más que lo oficialista.
Que un día se valdría que México defendiera su soberanía antes que seguir en buenos términos con Estados Unidos.
Que un día se valdría decir que para cumplir el Make America Great Again había que afectar a unos cuantos.
Que quizás las grandes propiedades intelectuales estarían mejor respetando lo que siempre habían sido que jugando con su género, sus preferencias sexuales, su peso y sus inclinaciones políticas.
No es que éste extremo esté totalmente en lo correcto.
No es tampoco que esté extremo esté totalmente equivocado.
Es que cuando más se requirió de los medios como escaparates para entender y diseñar el nuevo mundo, estos se volcaron a favor de un lado y en contra del otro.
Por eso es natural, y hasta cierto punto verdad, que el triunfo de Donald Trump es la derrota de los medios.
Por eso hoy se vale decir que el tiempo de los medios ha pasado.
Y que incluso hoy, pese al contundente triunfo republicano, los medios continúan volcados en alertar sobre lo peligroso del regreso de Trump antes de incentivar conversaciones sobre qué podría salir bien, sobre las razones que lo provocaron y sobre los excesos que pudieron haberse cometido para que un populista como Donald Trump esté de regreso.
Los medios no son víctimas de la polarización.
Son parte de ella.
Se asumieron como jueces morales sin contemplar que eso que una vez era aceptado tarde o temprano tendría una respuesta.
Y no es que alguien esté del todo bien o del todo mal, es que a los medios les correspondía dar voz a todos.
Intentar ser lo más abiertos posibles en vez de encasillarse en una causa.
Son los medios los que hicieron que la derrota demócrata fuera también su derrota.
Son los medios los que ahora serán vistos como opositores frente a un gobierno que tiene a Trump como personaje central, a Elon Musk como un vocero todopoderoso, y a X como el medio militante más grande del mundo.
Atemoriza lo que podamos vivir en los próximos años.
Pero también atemorizaba un mundo en que se pretendía que existiera un solo modo de entender el mundo.
Y hasta hace no mucho, a ese temor no se le permitía expresarse.
Fue tanta la contención que ahora que ha estallado se pagan las consecuencias.
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