Zona Cero
Urge una Ley contra el Nepotismo Político y contra las redes familiares en la función pública
Roberto Santos
La reciente iniciativa de la presidenta para frenar el nepotismo político—es decir, la práctica de heredar el poder dentro de una misma familia—parece un paso en la dirección correcta.
Ya veremos si se la aprueban.
Pero si la intención es realmente democratizar la política y evitar que el gobierno se convierta en un patrimonio familiar, ¿por qué no ampliar el alcance de esta reforma a los partidos políticos, que han sido secuestrados por clanes familiares que los usufructúan como si fueran empresas privadas?
Ese es el verdadero problema del sistema de partidos políticos en México y en Guerrero.
Hoy en día, los partidos han dejado de ser espacios de representación ciudadana para convertirse en agencias de colocación familiar.
Esposas, hijos, hijas, hermanos y cuñados se van turnando en los cargos, asegurando que el apellido se mantenga vigente en las boletas.
Basta hacer un repaso en los Congresos, las alcaldías, sindicaturas y regidurías.
No importa la capacidad, la trayectoria o el compromiso con la gente.
Lo relevante es la sangre, el parentesco, la lealtad al grupo, y, sobre todo, el acceso a las prerrogativas públicas, que terminan apuntalando estos proyectos dinásticos.
Los ejemplos sobran.
En todos los partidos existen casos en los que una familia controla siglas, candidaturas y estructuras partidistas.
Se heredan presidencias municipales, diputaciones y senadurías, como si se tratara de un derecho natural.
Mientras tanto, quienes no forman parte de estos círculos son condenados al ostracismo político, sin posibilidad de competir en igualdad de condiciones.
Esto violenta principios básicos de la democracia, como la circulación de élites y la renovación de cuadros.
En lugar de abrirse a nuevas generaciones de liderazgos con ideas frescas, los partidos se convierten en cotos de poder donde la única forma de ascender es a través de la consanguinidad.
Se premia el linaje, no la capacidad. Se fortalece el control familiar, no el mérito.
Si el gobierno de Claudia Sheimbaum busca realmente sanear la política mexicana, debería considerar una Ley contra el Nepotismo Partidista, que impida a los familiares directos de un dirigente estatal o municipal inmediato acceder a candidaturas o dirigencias dentro de un mismo periodo de gobierno.
Esto obligaría a los partidos a renovarse, a democratizar su funcionamiento y a dejar de ser feudos privados.
La lucha contra el nepotismo es un primer paso.
Pero si de verdad se pretende acabar con las monarquías políticas disfrazadas de democracia, la tarea apenas comienza.
Y qué tal si después la presidenta Sheimbaum promueve la prohibición que familias enteras, ocupen tantos espacios de poder y en la burocracia, como los Batres, los Monreal, los Luján, etc.
Eso también es nepotismo y corrupción.
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