Zona Cero
Acapulco arde y Abelina baila
Roberto Santos
Mientras las calles de Acapulco se tiñen de sangre y las familias viven con el alma rota por la violencia, la presidenta municipal, Abelina López Rodríguez, ha decidido darle la espalda a su pueblo.
En lugar de asumir con seriedad la responsabilidad de gobernar en medio de una crisis de seguridad, ha optado por el camino más cómodo: el jolgorio, las fiestas y los discursos huecos.
Lejos de presentar soluciones, estrategias o un mínimo de empatía ante la ola de asesinatos que azota al municipio, Abelina aparece en videos promoviendo festividades, bailes y celebraciones públicas.
Su postura, además de insensible, raya en lo grotesco: mientras las madres entierran a sus hijos y las colonias viven bajo el miedo, ella organiza eventos como si la ciudad estuviera en paz.

Y lo peor no es solo su evasiva constante ante los cuestionamientos sobre seguridad, sino que parece más interesada en usar estos espacios como plataforma personal rumbo a sus aspiraciones políticas.
Parece que la alcaldesa no gobierna, se promociona.
No escucha, actúa como si el dolor de Acapulco fuera una molestia secundaria frente a su calendario de festejos.
La realidad es que su administración ha sido una suma de omisiones.
Las patrullas no alcanzan, los policías están rebasados, y las cámaras de vigilancia son más promesa que herramienta.
No hay estrategias claras, no hay prevención del delito, no hay presencia real del municipio en las zonas más vulnerables.
Lo que sí hay es una narrativa oficial que pretende maquillar la tragedia con palabras bonitas y eventos públicos.
Pero Acapulco no necesita maquillaje.
Necesita acciones. Necesita a alguien que camine sus calles con seriedad, que se siente con las víctimas, que dé la cara y enfrente el caos.
Alguien que entienda que el dolor no se disuelve con bailes ni discursos de ocasión.
La indiferencia de Abelina no es solo una falta de sensibilidad política: es una falta de respeto a los ciudadanos que le confiaron el mandato.
Hoy, Acapulco sufre no solo por la violencia, sino también por el abandono institucional de una presidenta que prefiere la frivolidad al deber.
Porque cuando un gobierno se refugia en el show, en lugar de dar respuestas, deja claro que ha perdido el rumbo.
Y Acapulco, hoy más que nunca, necesita algo más que palabras: necesita liderazgo. Y lamentablemente, no lo tiene
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