The Muffin
Editores, la verdadera necesidad del periodismo en tiempos de inteligencia artificial
Storybakers:
En la era de la inteligencia artificial harán falta editores.
Serán ellos los filtros últimos para determinar hasta dónde llega la inteligencia artificial.
Serán ellos los que tendrán en sus manos la posibilidad de mejorar, validar o consentir que las obras generadas por la inteligencia artificial se conviertan en verdades absolutas.
Hasta ahora una de las versiones más aceptadas ha pasado por asumir que la tecnología, y la inteligencia artificial en lo específico, amenazarán a los periodistas experimentados.
Se asegura que quienes tienen más de 35 años están en peligro de obsolescencia.
Y es, en parte, una realidad ineludible.
Todo aquel periodista que se aferre a viejos paradigmas en una negación del futuro terminará perdiendo cualquier tipo de utilidad para los medios de comunicación.
Pero es cierto también que la inteligencia artificial amenaza por igual a los más jóvenes.
Porque ellos, a diferencia del periodista experimentado, se encontrarán cada vez más con un contexto en que todo parece estar resuelto.
Lo que quieres, lo tienes.
El problema de ese deseo cumplido es que muchas veces viene acompañado de imprecisiones, alucinaciones o sesgos.
Por un lado, las nuevas generaciones verán con naturalidad el uso de la inteligencia artificial.
A partir de ello, podrán llevar a terrenos insospechados lo que el periodismo y las historias pueden hacer en la era de la inteligencia artificial.
Por el otro, será muy complejo para cualquiera que ingrese al mercado laboral demostrar su valor agregado ante la eficiencia de las máquinas.
Aunque duela reconocerlo, hoy puede ser más efectivo sostener una conversación con un chatbot para preparar una presentación, un documento o una estrategia que realizar el mismo trabajo con un recién graduado.
Es más el desgaste formativo que lo que representa trabajar con la inteligencia artificial.
En aras de la eficiencia, la inteligencia artificial habilita la tentación de encerrarnos en nosotros mismos sin tener que socializar el conocimiento.
O, cuando menos, socializarlo con otros humanos.
Hace rato ya que el pragmatismo es la norma.
Los seres humanos entendemos que acelerar los procesos nos permite invertir tiempo en otras actividades.
Ese ha sido siempre el discurso de la tecnología.
Por eso ahora que se presenta a la inteligencia artificial como el genio de la lámpara, ha de preocupar cómo los jóvenes se integrarán a los medios de comunicación.
Y, sobre todo, ante esa fricción, cómo se formarán para “editar” la inteligencia artificial.
Para no quedarse con las respuestas que entrega.
Para cuestionar lo que se presentará como resultado indiscutible en su interfaz conversacional.
En la era digital, a los seres humanos no se nos ha dado contrastar datos ni opiniones.
Está demostrado que tendemos a quedarnos con lo que pensamos.
El algoritmo, en teoría, nos da exactamente lo que queremos.
Los chatbots también.
Y cuando eso que se nos da es lo que queremos, resulta mucho más complicado dudar y exigir mayor profundidad o claridad sobre lo que la inteligencia artificial nos está entregando.
Puede que los viejos periodistas y contadores de historias tengan la enorme desventaja de no haber crecido con la inteligencia artificial.
Pero muchos de esos procesos de investigación propios del periodismo que hoy parecen tan obsoletos representan pasos necesarios y de sumo valor en la era de la inteligencia artificial.
A los jóvenes les sobrarán posibilidades.
El problema es que, ante la falta de oportunidades en el mercado laboral y frente a la sensación del trabajo resuelto con un prompt, puede que estén tan llenos de aparentes certezas que se olviden de tener las dudas necesarias para evitar que las tecnológicas impongan su verdad.
Habrá que ver si viejos y jóvenes entendemos que la próxima gran habilidad periodística no será escribir. Será saber qué dejar fuera.
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