EN OPINIÓN
La cuarta transformación ante el espejo. ¿crisis de identidad en la élite?
Lic. Moisés Torres Salmerón.
La frase de Claudia Sheinbaum “cada quien será reconocido por su historia y su comportamiento” pronunciada tras la polémica por el viaje de Andy López Beltrán a Tokio, no solo intenta cerrar el capítulo mediático, sino que revela una grieta más profunda: la tensión entre los principios fundacionales de Morena y el estilo de vida de algunos de sus cuadros dirigentes.
Morena nació como un movimiento que se oponía al neoliberalismo, a la ostentación del poder y a la desconexión entre gobernantes y gobernados. Su narrativa se construyó sobre la austeridad republicana, el pensamiento juarista y la promesa de una transformación ética del ejercicio público. Sin embargo, los viajes a hoteles de lujo, las ausencias en momentos clave del partido y las imágenes que evocan privilegio han encendido una pregunta incómoda. ¿La élite de Morena sigue siendo parte del movimiento o ha comenzado a vivir como aquellos que antes criticaba?
La ideología como método propagandístico parece estar perdiendo eficacia cuando se confronta con los actos cotidianos de quienes la enarbolan. La austeridad se convierte en discurso, no en práctica. El compromiso con el pueblo se diluye en itinerarios internacionales. Y el “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre” se transforma en una consigna que convive con desayunos en hoteles cinco estrellas.

No se trata solo de incoherencia personal. Lo que se revela es una transformación silenciosa del movimiento, de fuerza popular a estructura de poder. Algunos militantes parecen haber adoptado los códigos de la élite política tradicional, mientras mantienen el ropaje discursivo de la izquierda. Esta dualidad genera una crisis de identidad que no se resuelve con frases solemnes, sino con actos congruentes.
¿Estamos ante una élite que nunca creyó en los principios que defendía? ¿O simplemente ante una evolución inevitable de todo movimiento que alcanza el poder? La respuesta no es unívoca. Pero lo cierto es que la legitimidad de Morena como fuerza transformadora depende de su capacidad para alinear discurso y comportamiento. De lo contrario, el movimiento corre el riesgo de convertirse en lo que prometió erradicar.
Este episodio no es anecdótico. Es sintomático. Y si Morena quiere seguir siendo referente ético y político, deberá mirar con honestidad su reflejo en el espejo. Porque como dijo Sheinbaum, cada quien será reconocido por su historia… pero también por sus contradicciones.
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