OPINIÓN
Ayotzinapa: once años de ausencia, once años de impunidad
Lic Moisés Torres Salmerón
La desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa no es sólo una herida abierta en la conciencia nacional: es la prueba más dolorosa del fracaso estructural del Estado mexicano. Once años después, el gobierno federal sigue sin cumplir la promesa más elemental: encontrarlos. No hay verdad, no hay justicia, y lo que hay —cada vez más— es encubrimiento, simulación y desgaste institucional.
La reciente declaración de la presidenta Claudia Sheinbaum, en la que afirma que “habrá más detenciones” gracias a nuevas líneas de investigación, revela una lógica perversa: se privilegia la persecución penal sobre la búsqueda de los desaparecidos. Como si el castigo sin verdad pudiera redimir la deuda histórica. Como si la justicia fuera un espectáculo de detenciones, y no un proceso de reparación, esclarecimiento y dignidad.
Pero los padres no marchan por detenciones. Marchan por sus hijos. Lo dijeron con claridad frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores: “No hemos recibido dinero porque aquí hay dignidad, aquí hay amor hacia los hijos”. Lo que exigen no es una narrativa oficial, sino la verdad que el Estado ha negado sistemáticamente. ¿Dónde están? ¿Quién los entregó? ¿Por qué se destruyó evidencia? ¿Por qué se protege a los responsables?
La extradición de Tomás Zerón, pieza clave en el encubrimiento, sigue estancada. La Fiscalía General de la República no ha logrado avances sustantivos. La Secretaría de Relaciones Exteriores no tiene estrategia. Y mientras tanto, los padres siguen marchando, pintando muros, gritando consignas, resistiendo el olvido. Porque el crimen de Estado no se borra con comunicados ni con reformas. Se enfrenta con verdad.
La justicia sin verdad es una farsa. Y la verdad sin justicia es una herida que no cierra. Ayotzinapa es ambas cosas: una farsa institucional y una herida nacional. El Estado mexicano ha fallado en su deber más básico: proteger a sus ciudadanos, esclarecer sus crímenes, reparar sus daños. Y ese fracaso no se mide en sentencias, sino en ausencias.
Los 43 siguen desaparecidos. Y con ellos, la credibilidad de nuestras instituciones. No basta con nuevas investigaciones. Hace falta voluntad política, transparencia radical y compromiso ético. Hace falta que el Estado deje de protegerse a sí mismo y empiece a responderle a las víctimas.
Porque mientras no haya verdad, no habrá justicia. Y mientras no haya justicia, Ayotzinapa seguirá siendo el espejo más cruel de nuestra democracia fallida.
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