Es hora de recordar que la universidad no pertenece al rector, ni a sus aliados, ni a su grupo político: pertenece al pueblo guerrerense.
Marcial Campuzano
15/10/2025
Chilpancingo, Gro.
La Universidad Autónoma de Guerrero no atraviesa una crisis pasajera: vive una enfermedad crónica cuyo síntoma más visible tiene nombre y apellido —Javier Saldaña Almazán. Lo que comenzó como un liderazgo universitario terminó convertido en un régimen personal que confunde gestión con control, lealtad con sumisión y autonomía con impunidad.
Durante años, Saldaña ha hecho de la UAGro su territorio político. Su permanencia al frente no es fruto de la excelencia académica, sino de una maquinaria que mezcla clientelismo, miedo y complicidad. Los nombramientos, los recursos, las becas y los cargos se reparten con la lógica de un partido, no de una institución educativa. Y quien se atreve a cuestionar esa estructura, paga el precio.
Bajo su mando, la universidad perdió su espíritu crítico. La disidencia se castiga con silencios administrativos, los consejos universitarios funcionan como sellos de goma y las elecciones internas se convierten en meras formalidades. El discurso de “unidad” encubre un modelo autoritario que ha vaciado de contenido el concepto de autonomía universitaria.
Lo más grave es que Saldaña no actúa solo. Su figura es sostenida por una red de intereses políticos que utiliza a la universidad como trampolín, caja de resonancia y fuente de recursos. Mientras tanto, los estudiantes padecen aulas deterioradas, docentes mal pagados y programas académicos estancados. La universidad que debería formar conciencia se ha convertido en escaparate del poder.
Guerrero no necesita una universidad domesticada, necesita una que incomode, que investigue, que diga lo que los demás callan. Pero eso no ocurrirá mientras el rector siga comportándose como si la institución fuera una extensión de su carrera personal.
Es hora de recordar que la universidad no pertenece al rector, ni a sus aliados, ni a su grupo político: pertenece al pueblo guerrerense. Y devolverle su dignidad exige algo más que discursos: exige terminar con el caudillismo universitario que tanto daño ha hecho al pensamiento libre.
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