EN OPINIÓN
Carlos Manzo: Su muerte no fue el fin de su lucha, sino el inicio de una memoria que exige justicia.
Lic. Moisés Torres Salmerón.
En la imagen que circula de Carlos Manzo minutos antes de ser asesinado, lo vemos cargando a su hijo, sonriendo con él. No hay discurso político ni escoltas que lo rodeen. Solo un padre, un mexicano, un hombre que creyó que el amor por su familia podía extenderse como antídoto contra la violencia que asfixia a su tierra. Esa fotografía, ahora símbolo de su legado, condensa el motor de su lucha: la esperanza de un futuro mejor para todos.
Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, fue asesinado el 1 de noviembre de 2025 durante la inauguración del Festival de las Velas. En medio de una celebración cultural que pretendía encender luz en tiempos oscuros, las balas apagaron su vida. Pero no su voz. Porque Manzo, a pesar del miedo que confesó sentir, nunca dejó de hablar. Nunca dejó de actuar.
Elegido como candidato independiente, Manzo se enfrentó a un municipio asediado por al menos seis cárteles. Su política de “mano dura” lo convirtió en blanco de amenazas, pero también en referente de dignidad. Lo comparaban con Nayib Bukele por su firmeza, pero a diferencia del presidente salvadoreño, Manzo no tenía el respaldo de un aparato estatal robusto. ¿Luchó solo contra el gigante de la violencia? Tal vez. Pero su soledad no fue por falta de convicción, sino por el abandono institucional que Michoacán ha padecido durante años.
Su historia nos obliga a mirar más allá del titular del asesinato. Nos confronta con una pregunta incómoda: ¿qué hacemos cuando los valientes mueren solos? Porque Carlos Manzo no fue un mártir por elección. Fue un servidor público que decidió no callar, que cargó a su hijo con la misma fuerza con la que cargó los sueños de su comunidad. Y eso, en tiempos donde el silencio se compra y la vida se vende, es revolucionario.
Hoy, su imagen con su hijo no es solo un retrato familiar. Es una denuncia. Es un llamado. Es un testimonio de que incluso en el miedo, se puede resistir. Que incluso en la oscuridad, hay quienes encienden velas. Que incluso siendo “ordinario”, se puede ser extraordinario.
Carlos Manzo no murió solo. Murió acompañado por la esperanza de quienes aún creen que México puede ser distinto. Que México merece paz. Que la política puede ser servicio y no simulación. Su ejemplo nos recuerda que el coraje no siempre grita. A veces, simplemente sonríe mientras carga a su hijo.
Y esa sonrisa, hoy, nos interpela a todos.
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