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Las muertes que la desigualdad no deja descansar

CAMINOS DEL SUR1102

Las muertes que la desigualdad no deja descansar

Manuel Nava

 

 

Con motivo del Día de Muertos, cuando el país se llena de flores, velas y altares para honrar a los ausentes, las estadísticas de defunciones en la Región Pacífico Sur revelan un rostro menos poético de la muerte: uno marcado por la desigualdad social y el abandono estructural del sistema de salud.

Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) son contundentes: las principales causas de muerte en Chiapas, Guerrero, Michoacán y Oaxaca siguen siendo enfermedades crónicas no transmisibles —cardiopatías, diabetes y tumores malignos—, padecimientos prevenibles que hoy se han convertido en símbolos de exclusión social.

En 2024, la región registró 109 mil 832 defunciones, de las cuales 19 mil 59 fueron por enfermedades del corazón, 12 mil 658 por diabetes, 6 mil 284 por tumores malignos y 4 mil 826 por enfermedades hepáticas. A estas cifras se suman 4 mil 591 homicidios dolosos, un recordatorio de que la violencia y la pobreza también matan, aunque en distintos lenguajes.

La paradoja es dolorosa: muertes evitables predominan en territorios donde la prevención y el acceso a servicios médicos son privilegios, no derechos. En la Región Pacífico Sur, la salud no se distribuye con justicia, sino con geografía: donde hay más pobreza, hay más enfermedad, y donde hay más exclusión, hay más muerte.

Chiapas, por ejemplo, registró 31 mil 534 defunciones en 2024. Las enfermedades del corazón encabezan la lista con 7 mil 115 casos, superando la tasa nacional (156.6 vs. 148.1 por cada 100 mil habitantes). La diabetes mellitus fue la segunda causa, con 4 mil 772 muertes, afectando en 23 por ciento más a mujeres que a hombres.

Los tumores malignos ocasionaron 3 mil 673 fallecimientos, con un marcado sesgo de género: 2 mil siete mujeres frente a mil 666 hombres, una tendencia asociada al cáncer cervicouterino y de mama, que concentran el 75 por ciento de los casos en mujeres mayores de 45 años.

Las enfermedades hepáticas (2 mil 408 muertes) impactan principalmente a hombres (65.8 por ciento de los casos), vinculadas al consumo de alcohol, síntoma no solo sanitario, sino también social. Pese a ello, la tasa bruta de mortalidad chiapaneca (544 por cada 100 mil habitantes) es la quinta más baja del país, aunque solo ligeramente superior a la de Guerrero.

 En este último estado, la muerte se diversifica. Guerrero registró 4 mil 577 defunciones en 2024; la mayoría por causas crónicas, pero con un componente violento alarmante.

Las enfermedades del corazón (1,096 casos) y la diabetes mellitus (861) siguen encabezando las estadísticas, pero los homicidios dolosos se posicionan como la cuarta causa de defunción, con 1,893 muertes. En Guerrero, la violencia se ha convertido en un padecimiento endémico, una enfermedad social que el sistema sanitario no puede registrar en expedientes, pero que se mide en cuerpos.

Michoacán reproduce el mismo patrón: 3 mil 969 muertes por enfermedades del corazón, 2 mil 294 por diabetes, mil 833 por tumores malignos, mil 228 por padecimientos hepáticos y mil 242 homicidios. Una región donde la violencia se entrelaza con los determinantes sociales de la salud y donde la línea entre enfermedad y muerte violenta se difumina.

Oaxaca, por su parte, acumuló 29 mil 56 defunciones: 6 mil 879 por enfermedades cardiacas, 4 mil 731 por diabetes, 2 mil 289 por tumores malignos, mil 228 por hepatitis y 794 homicidios. En los valles y sierras oaxaqueñas, la muerte adopta la forma del rezago: largas distancias hacia hospitales, carencia de medicamentos, atención tardía y pobreza persistente.

El Día de Muertos nos invita a recordar, pero también a reflexionar: ¿qué vidas estamos dejando ir por causas que podrían prevenirse? En la Región Pacífico Sur, la muerte ya no es solo una tradición cultural, sino un espejo de las brechas sociales.

Las cifras del Inegi confirman lo que los pueblos ya saben: la enfermedad se hereda junto con la pobreza, y morir antes de tiempo es otra forma de desigualdad. En esa frontera entre la vida y la muerte, la salud pública mexicana sigue siendo una deuda pendiente con los vivos.

Si lo que mata no es la muerte, sino el quedarse inerte, diría la abuela.

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