LECTURA POLÍTICA
Poder y sangre por la plaza
Noé Mondragón Norato
La plaza de la Constitución está convertida en el espacio simbólico de poder y de conquista. El refrendo de que en ella confluyen cuando menos tres cosas: la fuerza, la presencia y el control. Unas, utilizando carretadas de dinero para financiar a los acarreados. Otras, movidas por la conciencia plena de que las cosas no marchan bien. Y hay que levantar la voz y caminar. Dos realidades que chocan y que no pueden evitar contaminarse si unen la sangre que corre por cada uno de esos organismos. Pero que en la convocatoria a llenar ese espacio radica su justificación. Incluso, el uso de la violencia y la represión. No es algo novedoso, pues desde el movimiento estudiantil iniciado el 23 de julio de 1968 y culminado con la masacre del 2 de octubre de ese mismo año, se percibía así: “la ciudad, asombrada, asiste a la marcha/se temen vandalismos; pero ninguno ocurre/el orden es perfecto/se vislumbra, tierra sometible, el Zócalo/”, escribió en su celebre libro “La Plaza” el extinto escritor y periodista mexicano Luis Spota. Ese espacio late en todas sus dimensiones. En cada una de sus esquinas. En toda su cuadratura. Proclama ser visto, oído y sentido. Revoca la idea de que es utilizable nada más para exaltar el nacionalismo a través de los desfiles cívicos y la honra sistematizada al lábaro patrio.
Pero la sangre que ha corrido por esa fría y despiadada loza quedó grabada para siempre. Porque también fue trasladada a las cárceles y a los tribunales. Grita desde su resequedad y el olvido progresivo de las mayorías, toda la ignominia eternizada. La cerrazón, la intolerancia y los autoritarismos encarnados en la represión oficial que nunca la entendieron. Ni quieren hacerlo. Y sigue brotando. La plaza carece de sentimientos. Es un espacio igual de frío, duro e inconmovible como el propio poder.
DISPUTA Y CELOS POR LA PLAZA. – Llenar el zócalo de la Ciudad de México ha sido ligado históricamente a un objetivo de poder. Lo inauguraron los yankis norteamericanos cuando llegaron hasta la plaza de Constitución en 1847 e izaron la bandera gringa. Fue la coartada para despojarnos de más de la mitad de nuestro territorio. De ahí se lee lo demás: 1.- El expresidente priista Gustavo Díaz Ordaz, percibió en el movimiento estudiantil de 1968 no sólo un reclamo airado contra su gobierno, sino una amenaza contra su propia estabilidad política y de poder. Cuando La Marcha del Silencio del 13 de septiembre de aquel año convocó a cerca de 300 mil personas en el zócalo capitalino, desfilando vendadas de la boca y en perfecto orden, el presidente sintió celos y coraje. Por eso la reprimió. Vino después Cuauhtémoc Cárdenas, un disidente del PRI que a través del Frente Democrático Nacional (FDN) proclamó su triunfo en la elección presidencial de 1988. Llenó la plaza muchas veces antes y después de aquel proceso electoral. La siniestra respuesta llegó con el asesinato de Francisco Xavier Ovando y Román Gil Heraldez ─operadores electorales de Cárdenas─, cuatro días antes de la elección presidencial del 6 de julio. 2.- En el 2012, nació el movimiento juvenil #YoSoy132. Demandaban transparencia en la elección que encumbró a Enrique Peña Nieto como presidente. Pero también la democratización de los medios de comunicación, especialmente de Televisa y TV-Azteca, percibidas como aliadas del régimen panista y priista. También llenaron el zócalo. Luego, en 2022 surgió la “Marea Rosa”, creada inicialmente para defender al INE y convertida luego en pasarela de apoyo a la ex candidata presidencial del PAN-PRI-PRD, Xóchilt Gálvez. Organizó cuatro marchas. La disputa consistía en ganar el zócalo. Y lo logró. Por eso el ex presidente AMLO respondió con movilizaciones parecidas. El celo político adquiría valor y sentido en la disputa por la plaza. 3.- En la marcha de la “Generación Z” del pasado 15 de noviembre resurgió la represión. Pero fue deliberadamente inducida. Aparecieron jóvenes encapuchados portando martillos, piedras y motosierras eléctricas con las que derribaron las vallas de acero. Fueron quienes retaron a los policías provocando el caos. Parecía que era ese, el fin deliberado. Hacer ver muy mal a la presidenta Claudia Sheinbaum. Hay dos posibles responsables: los propios partidos políticos opositores encarnados en PAN y PRI. O “fuego amigo” surgido desde las entrañas morenistas. Como se ve, llenar la plaza sigue conservando un fuerte aroma de poder. Pero también arrastrando la violencia. Y la sangre.
HOJEADAS DE PÁGINAS…La alcaldesa de Acapulco, la morenista Abelina López decidió enfrentar al senador priista Manuel Añorve, derivado de su notable déficit en la gobernanza municipal y la corrupción que la inoculan. Lo responsabilizó de la inacaba demanda por el agua en el puerto. Pero de los dos no hay a cuál irle. En su declaración patrimonial en el senado, Añorve declaró que no cuenta con ninguna propiedad. Lo cual infiere que debe pagar hospedaje permanente en hoteles. O vivir alojado con su familia en casa de alguno de sus amigos. Es un senador empobrecido. Y la alcaldesa presume estultamente un collar valuado en más de 225 mil pesos justificando que “me lo regaló el pueblo, el pueblo me ama”. Pero sin repararlo, admitió por enésima ocasión, su propia corrupción por tráfico de influencias. ¿Qué pueblo pobre regala un collar de ese valor? Es claro que se lo regaló un pueblo rico. Un empresario o contratista. Para salir indemne de su gazapo, la edil admitió después que ese collar era de latón. Añorve y Abelina están cortados con la misma tijera.
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