EL COMENTARIO
Una Legislatura de Lujo en un Estado de Carencias
De Marcial Campuzano
En Guerrero, un estado marcado por la pobreza, la desigualdad y la violencia estructural que carcome a la vida pública desde hace décadas, la clase política local parece empeñada en demostrar que vive en una dimensión paralela. La revelación reciente de la diputada plurinominal por el Partido del Trabajo, Leticia Mosso Hernández, de que tiene una percepción salarial de 300,000 pesos mensuales, no sólo es una cifra obscena: es una bofetada.
Porque mientras casi la mitad del estado enfrenta condiciones de marginación extrema, y miles de familias sobreviven con menos de lo básico, la 64 Legislatura de Guerrero opera como si fuera un club privado privilegiado, desconectado de las urgencias sociales y aferrado a una lógica de confort que ningún resultado justifica.
Y ahí está el punto medular: no hay productividad legislativa que respalde semejante remuneración. La abundancia salarial contrasta brutalmente con un trabajo legislativo que se ha reducido a puntos de acuerdo irrelevantes, ocurrencias disfrazadas de iniciativas y una simulación constante que solo sirve para engordar informes anuales huecos. La Legislatura produce estadísticas, no leyes útiles; presencia mediática, no soluciones.

Morena, que domina el Congreso bajo la coordinación de Jesús Urióstegui García, prometió representar un cambio frente a los excesos tradicionales del poder. Pero si algo exhibe este episodio es que la aplanadora guinda cayó en la misma tentación que sus antecesores: usar el poder para beneficio propio, no para corregir la miseria estructural del estado.
Y la pregunta inevitable cae como piedra:
¿Qué puede justificar que un diputado local en Guerrero, uno de los estados más pobres del país, gane 300,000 pesos mensuales?
Nada. Ni el trabajo, ni los resultados, ni la representación social, ni la calidad del debate, ni la innovación legislativa. Nada.
Resulta aún más insultante el caso de los plurinominales, como la propia diputada Mosso: no hicieron campaña, no representan un distrito, no pasaron por el escrutinio directo del electorado. Pero reciben el mismo cheque de élite que quienes sí compitieron. ¿Y para qué? ¿Para “comparecer” en sesiones donde todo está decidido de antemano y donde el contenido importa menos que la foto?
Guerrero merece una clase política que tenga la decencia de estar a la altura de su gente, no una que viva como si gobernara el estado más rico del país.
Mientras la ciudadanía lucha por sobrevivir cada día, sus representantes disfrutan sueldos que no se sostienen ante ninguna lógica moral ni social.
La indignación es legítima. La exigencia también.
Porque la pregunta que queda en el aire ya no es cuánto ganan los diputados, sino cuánto le cuestan a Guerrero en dignidad, en confianza y en futuro.
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