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Autismo y negligencia hospitalaria.

EN OPINIÓN

Autismo y negligencia hospitalaria.

Héctor Manuel Popoca Boone.

 

 

 

Los fenómenos que titulan el presente escrito no son recientes. Su conformación ha sido acumulativa en las últimas administraciones públicas sexenales en Guerrero; desde que el PRI y luego el PRD detentaban el poder gubernamental. Los decesos evitables en hospitales no son casuales sino producto de muchas causalidades. Hace casi tres años visité un hospital público y el estilo de su funcionamiento era común en todos los del estado. Similares sus carencias y vicios, salvo en aquellos de nueva creación.

 

La visita la reseñe en El Sur (24/agosto/2022) en forma sucinta, con el fin de llamar la atención a las autoridades correspondientes para que tomaran las decisiones de reforma y mejora pertinentes y así brindar un mejor servicio hospitalario a la mayoría del pueblo pobre de Guerrero. La triste verdad es que los gobernantes y directivos del sector, hasta la fecha, han hecho mutis; confirmándome que la verdadera transformación se dará a partir de la real voluntad política mostrada en los hechos y no solo en los discursos públicos.

 

En aquel entonces, la mayoría del personal tenía en el olvido su verdadera encomienda laboral: ofertar un servicio de salud pública que redundara en un efectivo acceso y tratamiento gratuito para la pronta recuperación y preservación de la salud de la mayoría de la población. Relataré, de nueva cuenta, cómo estaba y operaba el sistema de salud pública estatal para que el lector pondere el avance o retroceso en la calidad y la cantidad de los servicios que tenemos hoy en día.

 

En términos generales, el inmueble y su equipamiento adolecían de obsolescencias, descomposturas, desgastes y carencias importantes. Era notoria la falta de mantenimiento, la renovación del instrumental médico, dotación de medicinas, de equipos sanitarios auxiliares, insumos y consumibles básicos; así como de higiene en general. Eso acontecía en todas las áreas del hospital; ¡No había camas suficientes! no se diga de ambulancias para traslados de urgencia. Por ser una institución de atención social masiva, existía el “cuasi vale-madrismo” para los “expedientes-clínicos-vivientes” por parte de un segmento de los trabajadores de la salud.

 

No obstante, de tener una proveeduría central que los abastecía de todo; la misma no contaba con una buena logística de inventarios y almacenamientos; constriñendo los surtimientos, ¡No hay medicamentos! ¡No hay jeringas! ¡No hay sondas! que redundaba en una mala calidad del servicio y generaba corrupción en parte del personal médico, técnico y administrativo, coludidos con farmacias y consultorios particulares que florecían alrededor del nosocomio.

 

La contratación del personal no se cernía con rigurosidad a previos exámenes de competencia y habilidades. O sea, las plazas sanitarias y administrativas estaban sujetas a venta y/o se heredaban. El sindicato proveía el personal en las vacantes. Los puestos medios los designaban los mandos superiores por decisiones personales discrecionales, políticas, de amistad o por nepotismo; por eso no existían los mínimos de transparencia, honestidad, laboriosidad, responsabilidad y eficiencia en el personal. El sindicalismo laboral estaba teñido de prácticas semi mafiosas.

 

Los espacios de atención sanitaria y administrativa presentaban hacinamiento que entorpecía el trabajo; volviéndose lugares incómodos e insalubres. Había exceso de personal administrativo en relación con el personal médico, técnico y de enfermería existente. Los especialistas ganaban como médicos practicantes y éstos como pasantes; los químicos, cómo auxiliares de laboratorio y la mayoría de las enfermeras, cómo auxiliares de enfermería. Algunos integrantes del personal médico y sanitario “basificado”, rehuían trabajar en áreas y funciones de alto riesgo. Aun así, hubo casos de gran heroísmo de médicos, técnicos y enfermeras en tiempos de la pandemia.

 

Buena parte de los líderes sindicales realizaban su encomienda por interés político y económico individual. ¡En plena pandemia impedían contratar médicos en puestos que quedaban vacantes; si no era con su demorada venia! Agregue a lo anterior la queja sempiterna de muchos pacientes y sus familiares por el mal trato, autoritario y despótico, por parte del personal administrativo y/o sanitario, para quienes los enfermos eran tan solo expedientes rotulados con número y no seres humanos; sobre todo si eran indígenas o personas humildes en general. No existía un mínimo de calidez humana en la atención.

 

En casos de extrema gravedad o de atención urgente especializada del paciente no regía el criterio profesional ni el sentido común de obviar los protocolos establecidos si en eso iba la salvación de una vida. La posible negligencia médica se escudaba en la observancia “a raja-tabla” de los protocolos y procedimientos establecidos.

 

Al interior del hospital visitado existía corrupción y latrocinio, en diversos grados, con impunidad total. ¡Ya se habían robado los ¡equipos electrocardiográficos y de ultrasonido! sin haber levantado denuncia ministerial de los hechos. Prevalecía el “saqueo hormiga” de medicinas caras y material e instrumentos para curación. No había auditorias verídicas. Con la pandemia del Covid-19 muchos de los vicios, falsedades e ilícitos que se daban al interior del hospital quedaron al descubierto.

 

Los familiares de un paciente adquirían de antemano los medicamentos y artículos de curación requeridos, ya que en el hospital no había en existencia. La simulación, las mentiras, el engaño, la complicidad, la omisión y la deshonestidad estaban al orden del día. Nadie decía o hacía algo para evitarlo.

 

Las finanzas públicas para la buena operación del hospital eran totalmente insuficientes. Agravada la situación con el desastre financiero heredado de administraciones pasadas. Eso desmoralizaba en mucho al personal laborante que hacía lo que podía, con lo que tenía.

 

Muchos enfermos no entraban a los hospitales públicos por desconfianza y temor a no salir con vida. Su intuición la condesaban en una frase: “De morir, mejor que sea en la calidez de mi hogar y familia; y no en solitario, en una cama fría de un área colectiva del hospital”. ¿Estamos igual, mejor o peor que antes?

 

porelrescate@outlook.com

 

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