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450 años de la imprenta tipográfica en México

Cálamo y cincel

450 años de la imprenta tipográfica en México

Valdemar Ramírez

Editor de textos, corrector y redactor

5 de noviembre de 2024

En el marco del Día Nacional del Libro en México 1988, celebrado el 12 de noviembre, se publicó esta obra del historiador Antonio Pompa y Pompa (Guanajuato, 1904-Ciudad de México, 1994). Este autor también fue un gran promotor de congresos, conferencias y mesas redondas, además de director de la Biblioteca Central del Instituto Nacional de Antropología e Historia, así como periodista.

Una pequeña obra de divulgación

450 años de la imprenta… constituye una edición muy modesta, de divulgación, parte de una colección gratuita publicada por la Asociación Nacional de Libreros, junto con la Secretaría de Educación Pública y la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Su formato es de 10 cm x 17.5 cm y cuenta con 128 pp. Por alguna razón que desconozco tiene algunos datos de impresión y encuadernación en la página legal y otros en la 127, por lo que es como si contara con dos colofones. En cada final de subcapítulo figuran bellas viñetas retomadas de impresos antiguos.

Viñetas de subcapítulos

El tema es amplio y apasionante, y algunos hechos interesantes son vertidos estado por estado del país en orden cronológico, tomando en cuenta que la división política ha cambiado desde que la primera imprenta llegó a la entonces Nueva España.

El mérito de la primera imprenta, en 1539 (p. 20) corresponde al impresor de ascendencia alemana Juan Cromberger (¿?-Sevilla, 1540), y a Juan Pablos o Giovani Paoli (¿1500?-1560 o 1561). Como sucede hoy con las señales de radio y de televisión, las imprentas pertenecían en realidad al Estado, en este caso español, por lo que se otorgaba una licencia temporal para los impresores, que, recordemos, eran los responsables no sólo de lo que se publicaba sino de la calidad de los textos, lo que llamaríamos hoy “cuidado de la edición”.

Entre otras cosas, gracias a este libro nos enteramos de que Puebla fue el segundo estado, después de la Ciudad de México, en contar con una imprenta, en 1642 (p. 22); de que el impresor Pedro Quiñones publicó en ese mismo año y estado la Historia real y sagrada, del virrey Juan de Palafox y Mendoza (p. 23), personaje sobresaliente por su formación religiosa y su modo de gobernar. Hubo también imprentas itinerantes, como la de Luis Arango, en la cual se imprimió La declaración de independencia, en Chilpancingo, Guerrero.

La historia de la imprenta tipográfica en México es larga, llena de meandros; se menciona que José Fernando Ramírez “comenzó desde abrir las matrices haciendo él mismo las operaciones de fundición y pulimento de los tipos y de muchos enseres, hasta que pudo poner al corriente una pequeña imprenta en que publicó, como primer impreso, una Proclama del gobernador de la provincia [Durango]” (p. 45).

Otros datos quedan fuera de esta pequeña obra, como a partir de qué momento se contó con imprentas fabricadas totalmente en el territorio, o la actividad de viudas de impresores que continuaron con el oficio de sus difuntos maridos a pesar de todas las dificultades legales. Apenas es mencionada la “viuda de Juan Borja de Gandía” (1656-1682, p. 23).

El “Apéndice 1” (pp. 56-71) brinda la transcripción de algunos documentos, como el contrato entre Juan Cromberger y Juan Pablos (p. 60), donde se asientan las condiciones en las que estos impresores se trasladarían de Sevilla a la Ciudad de México y trabajarían. Llama la atención la manera en que se especifican las obligaciones de la esposa de Cromberger, algo que uno supondría que se daba por sentado: “Iten, que la dicha Gerónima Guterres, mi mujer, sea obligada a rregir e servir la casa en todo lo que fuese menester, syn llevar por ello soldada ni otra cosa alguna, salvo solamente su mantenimiento” (p. 61).

En el “Apéndice 2” (pp. 73-78) figuran antecedentes de la imprenta tipográfica, como la Doctrina cristiana, elaborada por fray Pedro de Gante (Geraardsbergen, Condado de Flandes, 1478-México, Nueva España, 19 de abril de 1572).

Por último, en el “Apéndice 3” (pp. 79-115) se presentan facsímiles de portadas, donde podemos ver el ascenso en la calidad, desde el Manual de adultos, de 1940 (p. 81), hasta el Vocabulario de la lengua michoacana de fray Maturino Alberti, en 1559 (p. 99) y más allá.

Por todo lo anterior, este breve libro cumple a cabalidad con su misión de ofrecer al lector un panorama y plantar la semilla del interés acerca del tema tratado. ¡Buen trabajo!

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