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Viaje del parnaso

Cálamo y cincel

Viaje del parnaso

Valdemar Ramírez

Miguel de Cervantes Saavedra figura en el imaginario de la mayoría de los hispanohablantes por su enorme obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sin embargo, el máximo representante de la literatura en lengua española abordó también teatro y poesía.

En un comentario anterior hablé acerca de la selección de “Poesías sueltas” que publicó la editorial Aguilar en el volumen de Obras completas de Miguel de Cervantes, en 1967. El “Viaje del Parnaso” también representa un alarde de erudición, ingenio y técnica, pero desde la pluma de un autor ya maduro, tras haberse consagrado con la publicación del Quijote.

Una bella edición

El poema se organiza en ocho capítulos compuestos en tercetos endecasílabos y una parte en prosa “Adjunta al Parnaso”. Narra el viaje del yo lírico al monte que es morada de las Musas. En efecto, desde el título ya se anuncian las referencias constantes a la mitología griega acerca de la creación poética.

En el capítulo primero el yo lírico comienza a hablar de su autoconsciencia como escritor, no sin cierta falsa modestia (muy justificada): “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el Cielo,/ quisiera despachar a la estafeta mi alma/, o por los aires, y ponella/ sobre las cumbres del nombrado Oeta” (p. 66), y después, en el capítulo IV: “Yo con estilo en parte razonable/ he compuesto comedias que en su tiempo/ tuvieron de lo grave y de lo afable./ Yo he dado en Don Quijote pasatiempo/ al pecho melancólico y mohino/ en cualquiera sazón, en todo tiempo”(p. 81).

En el Capítulo III, de manera sumamente ingeniosa, se describe la estructura de la galera en la cual el yo lírico navegará para llegar al Parnaso y las actividades que ahí se realizan. No se contiene para hablar con verdadera dureza de lo que considera vicios de la creación poética:

“Eran los remos de la real galera/ de esdrújulos, y de ellos compelida/ se deslizaba por la mar ligera. / Hasta el tope la vela iba tendida,/ hecha de muy delgados pensamientos,/ de varios lizos por amor tejida./ […] Todos los del bajel se entretenían:/ unos glosando pies dificultosos,/ otros cantaban, otros componían./ Otros de los tenidos por curiosos/ referían sonetos, muchos hechos/ a diferentes casos amorosos./ Otros alfeñicados y deshechos/ en puro azúcar, con la voz süave/ de su melifluidad muy satisfechos/ en tono blando, sosegado y grave,/ églogas pastorales recitaban, en quien la gala y la grandeza cabe./ Otros de sus señoras celebraban/ en dulces besos de la amada boca/ los excrementos que por ella echaban./ Tal hubo a quien amor así le toca/ que alabó los riñones de su dama/ con gusto grande y no elegancia poca” (p. 75).

Otro motivo que aparece una y otra vez es la poca o nula riqueza de los poetas, aun a pesar de ser “de ingenio cabalmente entero[s]”:

“Contó, cuando volvió el poeta solo/ y sin blanca a su patria, lo que en vuelo/ llevó la fama de este al otro polo” (p. 66). “Pero para la carga de un poeta,/ siempre ligera , cualquier bestia puede/ llevarla, pues carece de maleta” […] “Absorto en sus quimeras ,y admirado/ de sus mismas acciones, no procura/ llegar a rico, como a honroso estado” ( p. 67). “Era cosa de ver maravillosa/ de los poetas la apretada enjambre,/ en recitar sus versos muy melosa./ Este muerto de sed, aquel de hambre,/ yo dije, viendo tantos, con voz alta:/ ‘¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!’” (p. 74).

Da un poco de angustia no contar con los medios ni el tiempo para leer a todos los poetas que desfilan por los tercetos de esta obra entre musas, sirenas, dioses griegos y otros seres mitológicos; destaca la alusión al gran Garcilaso (cuya obra he comentado aquí): “‘Cuando me paro a contemplar mi estado…’/ comienza la canción que Apolo pone/ en el lugar más noble y levantado” (p. 98).

Cervantes nos habla de buena poesía y poesía mala, buenos poetas y malos poetas, entre los cuales se desarrolla una feroz batalla, para que finalmente el yo lírico despierte de su extravagante sueño: “Al despertar del sueño así importuno/ ni vi monte, ni monta, ni dios ni diosa,/ ni de tanto poeta vide alguno./ Por cierto extraña y nunca vista cosa:/ despabilé la vista, y pareciome/ verme en medio de una ciudad famosa” (p. 101).

Voy más lento de lo que quisiera con la lectura de estas Obras completas de Miguel de Cervantes, adquiridas por un golpe de suerte en La Abismal, pero la estoy disfrutando enormemente. Motor de búsqueda a la mano y a leer.

Apolo y las Musas

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